Rescate en la cueva de Tailandia
La humanidad unida santificando a Dios en el
respeto al valor absoluto de la vida humana.
Ramón
Salcido
Durante esta semana la humanidad celebró
aliviada la dramática conclusión del rescate de 12 menores y su entrenador que
estaban atrapados en una cueva inundada en Tailandia. Más de dos semanas duró
la odisea, que involucró a diversos buzos profesionales de todo el mundo y
concluyó este 10 de julio con la extracción con vida de los atrapados.
A los muchachos se les administraron
ansiolíticos durante la extracción a través de las aguas, para disminuir los
riesgos de pánico que hubiesen comprometido el salvamento. Ahora están
relativamente bien de salud, aunque deberán permanecer en cuarentena por los
riesgos de una infección por hongos llamada espeleonosis o “enfermedad de las
cavernas”.
Contendiendo en atención con el mundial de
futbol, el rescate de los niños tailandeses atrapó el interés de la humanidad
que esperaba con ansiedad el rescate, en un entorno cuya peligrosidad se
incrementaba día tras días por las lluvias monzónicas y la dramática
disminución del oxígeno a un 15%. El apoyo internacional se volcó a este remoto
lugar: cuadrillas de rescate, personal médico, buzos del mundo, equipo de
comunicaciones de alta tecnología, etc.
El intrincado y peligroso laberinto se compone
de casi 5 kms de túneles con nula visibilidad, repletos de afilados peñascos,
pasajes tan estrechos que no permitían el paso de un buzo con su equipo de
buceo puesto, corrientes bravas y rocas mayores que un edificio. Un buzo
experto lo comparó con el ascenso al Monte Everest. A todo esto hay que añadir
que la mayoría de los adolescentes no pueden nadar, mucho menos utilizar equipo
de buceo. Los buzos arriesgan realmente su vida en este rescate al grado que
uno perdió la vida.
Estas expresiones globales de compasión,
solidaridad y preocupación contrastan con una cultura actual que llega al grado
de cuestionar el valor de la vida humana. Dos ejemplos recientes:
• Administradores
de hospitales de los Estados Unidos se negaron a recibir a pacientes graves
para no afectar su elevada estadística de productividad y de éxito en la
recuperación.
• En
México según cifras oficiales, cerramos el año 2017 con un promedio de 70
asesinatos diarios, en medio de clima de acostumbramiento o de negación de una
realidad que ya superó nuestra capacidad humana de asimilación y de resistencia
al dolor. Esta situación representa una tasa de
19.5 homicidios por cada 100 mil habitantes en México, pero es menor a
la de otros países de Latinoamérica como Puerto Rico que tiene una 19.7,
Colombia de 24, Guatemala 26.1; Brasil 29.7,
y es rebasada por más del doble o el triple en Honduras 42.8; Jamaica 55.7; El Salvador
60 y Venezuela 89 asesinatos por cada 100 mil habitantes.
• El
09 de julio en Cocoa en la costa este de Florida cinco adolescentes se negaron
a ayudar a un hombre que clamaba por ayuda mientras luchaba por no ahogarse en
un lago. Ni siquiera llamaron a los servicios de emergencia, y en cambio se
burlaron, lo insultaron y filmaron al hombre de 31 años en su lucha por
mantenerse a flote hasta su fatal deceso. La corte del estado anunció que no
los muchachos no serán enjuiciados por negligencia criminal, por falta de
legislación.
En Tailandia presenciamos el otro lado de la
moneda, desplegándose grandes esfuerzos y recursos para salvar a los niños, así
como voluntarios que estuvieron dispuestos a arriesgar su vida para hacer el
salvamento. La mediatización que desensibiliza al valor de la vida, puede
también mover la sensibilidad social, como en este caso, hacia personas
desconocidas de tierras lejanas, cuando nos facilita la empatía y la conciencia
solidaria. El desarrollo de la conciencia solidaria exige el encuentro cercano
con los rostros y el entorno de los que sufren. Jesús se sigue haciendo
presente en el rostro de los que padecen (Mateo 25, 35-45). La distancia social
y física de quienes sufren sigue siendo una de las mayores incongruencias de
nuestra Iglesia, el pecado de la distancia social que nos aleja de Jesús
sufriente.
Cuando la humanidad mediante las tecnologías de
los medios de comunicación, aproximó su corazón al de los niños y las familias
tailandesas y se unió a la oración de millones de personas en todo el mundo
realizó el mandato de que Dios sea santificado en medio de su pueblo (Levítico
22, 32) que repetimos en el Padre Nuestro (Mateo 6, 9).
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